Se despertó con los primeros rayos del crepúsculo y, como cada mañana, sin hacer nada antes, se dirigió a su ventana.
Llevaba años esperando frente a ella a que llegara, eufórica. Cada día era un día nuevo. Siempre cogía su reloj de arena para "controlar el tiempo", vuelta tras vuelta... tras vuelta... y así, con cada grano de arena caído, pasaba el tiempo, sin que ella pudiera detenerlo.
Una mañana al fin le vio a los pies de su ventana, era un chico guapísimo, vestido entero de negro y con una naturaleza que le atraía y, a la vez, le aterraba. Desvió un poco la mirada y, acto seguido, se encontraba allí junto a ella.
Se sentía genial apoyada en su pecho, él la acariciaba y la besaba mientras dormía, nunca se había sentido mejor. Mientras, el reloj había dejado de girar... hace ya mucho tiempo.
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lunes, 21 de julio de 2014
miércoles, 16 de julio de 2014
Nieve.
Entro por la
pequeña puerta de madera desgastada, y recorro un angosto pasillo apenas iluminado,
para llegar a una pequeña habitación de paredes grises. En el centro de la sala
hay una pequeña mesa de cristal. Las patas doradas se ven desgastadas,
carcomidas por el tiempo, y algo torcidas. Enfrente de la mesita hay un sofá de
color verde chillón al que se le sale el relleno por un agujero de los brazos.
Una televisión antigua con la pantalla rayada, y con los cables sueltos está
situada en frente, encima de un mueblecito de café pequeño y que visto en una
tienda no parecería aguantar el peso del electrodoméstico.
Suspiro y
aprieto el puño de la mano derecha mientras miro a la chica del sofá. Tiene los
ojos cerrados, y una sonrisilla en los labios, de esas que se te quedan antes
de dormir o cuando estás en dimensiones paralelas. El pelo rubio y rizado le
cae sobre los hombros hasta la cintura, cubriendo la camiseta blanca de
tirantes. Pienso en cuando éramos niños y jugábamos en el jardín de su casa, en
el columpio que construyó su padre. Pienso en la niña ricitos de oro y dientes
montados para evadirme de la realidad que tengo delante. Suspiro de nuevo.
— Kate.
Ella se
limita a abrir el ojo izquierdo y a ladear un poco la cabeza para mirarme. Sonríe
un poco más cuando me ve, y se deja caer sobre el brazo del sofá. Está tan
delgada que se le marcan todas las costillas. Sus pómulos altos parecen escapar
de su cara en contraste con las mejillas y las cuencas de los ojos hundidos.
—
Daaaaaaaaave… ¿Qué haces aquí? —Me tiende la mano y se echa a reír.
— Vengo a
llevarte a casa. — La cojo la mano y me pongo de cuclillas para que mi cara
quede a la misma altura que la suya, y la miro a los ojos. Ella niega con la
cabeza y esboza otra sonrisa enseñando el hueco del diente que la falta. —No
puedes seguir así. Tienes que volver.
—No digas tonterías.
Sabes… —Parece recuperar la consciencia un momento y parece ponerse seria. —
Sabes que solo soy feliz con la nieve.
Sacudo la
cabeza y noto como se me parte el corazón cuando me suelta la mano y empieza a
reír a carcajadas agitando las piernas golpeando el cristal de la mesa, tirando
al suelo la tarjeta de crédito, y esparciendo los pequeños restos de polvo
blanco.
domingo, 13 de julio de 2014
La complejidad del lenguaje
A lo largo de la historia el lenguaje ha sido analizado y
criticado. Es increible como la gente común hace uso de su propia lengua sin
tener la más mínima idea de como utilizarla. Según va pasando el tiempo el
mundo va perdiendo la noción de las palabras y, en su afán de simplificación y
la creencia de la superioridad intelectual, confunde unas con otras, llegando a
dotar algunas de ellas del mismo significado; por ejemplo podríamos poner pares
de palabras tales como: conocimiento y sabiduría, listo e inteligente,
romántico y galante… Me podría entretener en explicar las diferencias entre
unas y otras, pero no estoy aquí para explicar la estupidez humana sino para
criticarla.
Otra característica de la lengua que las personas tienden a
olvidar es la reciprocidad. Vease la antonimia recíproca y la complementaria,
según voy escuchando hablar a la gente parece que en su mente solo cabe la idea
de antonimia y dejan a un lado el resto del enunciado. Hablando de moralidad,
la semántica de las palabras “bien” y “mal” es perfectamente errónea. Son
tomadas como si fueran un antónimo complementario, sin graduación, mientras que
su reciprocidad es indiscutible; no puede existir el bien sin el mal y
viceversa, ambas se necesitan para existir y se sustentan una en la otra.
Como última característica a tener en cuenta del lenguaje se
encuentra la subjetividad. Aquí las ansias de poder y la testarudez humanas
hacen estragos. El lenguaje por mucho que sirva para comunicarse unos con otros
es claramente subjetivo, dadles a dos personas a leer el mismo texto, este mismo
si queréis, y entenderán cosas distintas; no solo por la ideología de cada uno,
si no porque una sola palabra puede tener un significado distinto aún dentro de
la propia acepción. Siguiendo con el ejemplo clave de este texto: el “bien” y
el “mal”; podemos observar que está socialmente aceptado una concepción de “bien”
inamovible por los valores cristianos predominantes en la cultura occidental,
pero de verdad creen que una persona “mala” cree que lo que hace está mal, yo
no lo creo; habrá quien piense que lo “bueno” es lo que decide la mayoría, yo
no lo creo. La democracia no existe, ni la moral ni la política, pero eso es
otro tema.
Es cierto que la gente es la que hace evolucionar el idioma,
pero una cosa es crear y otra destruir, una evolucionar y otra involucionar. Lo
triste no es que el idioma se este destruyendo si no que los eruditos señores y
señoras de la RAE empiezan a aceptar vulgarismos como palabras y acepciones
falsas.
El lenguaje no es complejo; es la simplicidad e ingenuidad
de la mente humana la que provoca esa creencia. El lenguaje es una simple
metáfora de la realidad.
sábado, 12 de julio de 2014
Antes de después
Se siente
como si la oscuridad emanase de ti mismo. La ves, la oyes y la sientes. Mejor
dicho, no la ves porque no tienes ojos, no la oyes porque no tienes orejas y no
la sientes…porque no estás ahí.
No te late
el corazón, no respiras, no piensas, no haces nada. No estás, pero de alguna
manera existes. A la gente esto es lo que le da miedo de la muerte, le da miedo
esa sensación de existir sin estar, de estar sin existir, de nosaberqué. Les da
miedo esa sensación, sin saber que ya la conocen, que la han experimentado
antes. Les da miedo sin saber que sus veinte, treinta u ochenta años no son
nada comparado con el tiempo que pasaron en ese estado. Les da miedo lo que hay
después de la vida, sin saber que ya lo vivieron antes de nacer.
domingo, 6 de julio de 2014
La voz de la vida
-Tienes que hacerlo.
-No, déjame en paz, no haré nada de lo que tú me digas.
-Sabes que no tienes otra opción, no puedes dejar que me
maten.
-¿Por qué no?, ellos dicen que eres el culpable de que haga
el mal, de que haya destrozado la vida a toda esa gente.
-No es cierto, es completamente lo contrario, si no fuera
por mi habría sido mucho peor. Creen que matándome recobraras el sentido de la
realidad, pero no saben que yo soy lo único que te ancla a ella.
Acuclillado en una esquina empezó a negar con la cabeza
drásticamente y se tapó los oídos intentando no oír su voz, pero de nada
servía.
De repente una figura alta vestida con una bata blanca abrió
la celda donde se encontraba.
-Paciente número 0001, trastorno de identidad disociativo,
sujeto para las pruebas experimentales con electrodos- leyó.
Acto seguido entraron dos hombres también con vestimentas
blancas que le levantaron y le sacaron de la sala a empujones.
Mientras andaba con las manos esposadas esa voz seguía
sonando en su cabeza, muecas de dolor se reflejaban en su rostro a cada paso.
-Detente. Cuéntales la verdad.
-¿Qué verdad?
Los acompañantes le miraron con un gesto de infinita
repugnancia.
-Lo que pasará cuando me maten.
-Que por fin seré libre de tu yugo, que por fin seré yo
mismo- dijo con cara de suficiencia.
-He ahí el verdadero problema.
Le tumbaron en una camilla rodeado de aparatos médicos y
artilugios altamente sofisticados. Le colocaron unos electrodos en la cabeza y,
ambos, se dispusieron para el final, para una nueva vida.
La descarga comenzó a recorrerle el cerebro y, poco a poco,
fue extendiéndose por el resto de su organismo. Su cuerpo, con los ojos cerrados,
estaba tendido en la cama, frágil y, aparentemente, sin vida. Las luces se
apagaron de improviso.
El silencio se apoderó de la habitación, el viento soplaba entre la sombras y se empezaron a oír golpes, uno tras otro, hasta
que cesaron. La luz volvió tan rápido como se había ido, pero el paisaje que
ahora se contemplaba era muy distinto, un paisaje bañado en la sangre de los
médicos que hace unos instantes permanecían de pie frente al paciente. Era una
visión atroz, miembros amputados, las caras de los ya difuntos reflejaban un
absoluto pánico, aunque ni siquiera les hubiera dado tiempo de gritar, algunos
yacían sin lengua, a otro le habían clavado un bisturí en donde antes se
encontraban los ojos y, por supuesto,nuestro amigo ya no se encontraba en
aquella sala; la sala… donde le arrebataron su humanidad.
jueves, 3 de julio de 2014
Humanizandonos.
El cielo
plomizo se abre sobre mi cabeza. Las gotas de lluvia se estrellan contra la
verduzca hierba que voy pisando con los pies descalzos, y el aire fresco,
cargado de olor a tierra mojada, me llena los pulmones. No puedo evitar sonreír.
Es una pena
que los humanos estemos poco a poco destruyendo esto, sustituyéndolo por
gigantes metálicos y grises en los que fingimos ser felices. A veces, hasta nos
engañamos a nosotros mismos, creemos que el campo nos hace volver atrás, que
necesitamos todas esas cosas que la naturaleza no nos da. Asesinamos,
torturamos, robamos, pisoteamos los sentimientos hasta que el mundo acaba
siendo un complot de mentiras, sexo y vicios. De momento mantenemos un poco el
control, pero dentro de unos años… No sé qué ocurrirá dentro de unos años. Tal
vez tengamos que ir con nuestras mascarillas generadoras de oxigeno a museos en
los que se conserven los únicos fragmentos de tierra limpia y pura.
Tal vez
terminemos de dar la espalda a los sentimientos y dejemos de ser animales para
convertirnos finalmente en humanos.
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