sábado, 6 de septiembre de 2014

Canción de Cuna (I)

Cayó sobre el suelo de mármol, frío y blanco. Un grifo había quedado abierto, y las gotas al caer marcaban el tiempo como un metrónomo.
Se sentía como una canción de cuna inacabada. Las corcheas caían de sus ojos;  pequeños riachuelos negros manchados con sombra de ojos y rímel. Sentía en el corazón lo mismo que cuando se le quedaba la pierna dormida, le dolía a cuchilladas con cada uno de los latidos acelerados. Cerró los ojos y apoyó la cabeza contra la pared.

Quería dibujar un pentagrama de caricias en su espalda, formar una clave de sol entre sus brazos, escribir con él una melodía de besos. Quería gritar, romper los silencios que manchaban su fantasía. Acelerar el compás. Quería crear con él un mundo menos frío, cubierto de gotitas de pintura en el parqué. Con su risa de banda sonora en una sinfonía interminable.
Pero nunca sería la balada que él entonaría. Su compositor la había olvidado en un cajón; un papel arrugado lleno de tachones.

Escondió la cabeza entre las manos cuando alguien abrió la puerta y entró en el baño. Él se sentó a su lado y pasó un brazo por encima de sus hombros, atrayéndola hacía su pecho. Olía como las notas agudas de un piano.

Rompió a llorar más fuerte.

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