jueves, 28 de agosto de 2014

La noche en Berlín II

Pasé los días siguientes deambulando por las estrechas y sinuosas callejuelas de aquella Berlín dividida, hasta que la debilidad de aquel cuerpo infantil empezó a agravarse. Apenas había probado bocado desde el incidente. El sentimiento de venganza me alimentaba, me guiaba, me permitía seguir vivo en un mundo destrozado y carente de sentido; pero empezaba a cruzar los límites de la inanición.

A regañadientes me obligué a volver a casa después de una búsqueda nada fructífera, al menos para coger un poco de comida y tomar el camino de una nueva vida, la vida del vagabundo. Cuando estaba a pocos metros de la entrada vi que unos cuantos hombres salían de dentro, parecían policías, era lógico, pero no caí en la cuenta de aquello hasta que lo tuve delante de mis narices. Decidí ir por la parte de atrás, mi casa gozaba de un amplio jardín, pocas casas lo tenían. Podría considerarse que eramos afortunados, una familia adinerada gracias al alto, aunque no por ello menos cuestionable, puesto de mi padre en el gobierno de la ciudad. El caso es que el jardín era una zona amplia por la que sería fácil colarse pasando desapercibido.

Al llegar a la parte trasera me asomé por el resquicio de la puerta para ver si había alguien en la cocina. No me sorprendió lo que vi, sino lo que comencé a sentir. Separé poco a poco la mano del marco y la giré para contemplar con terror aquel líquido rojo que resbalaba viscoso y goteaba contra el suelo. Al apartarme sobresaltado me di cuenta de que todo estaba lleno de aquel liquido, era una visión espeluznante.

Me aventuré al interior de la vivienda. Ya en su interior oí voces que provenían del salón. Llegué, observé y escuché desde el umbral.

-         -Otra víctima más en el mismo lugar. Ya van tres contando con la mujer.
-
-        -  Mis hombres no quieren seguir vigilando esta zona- comentó una segunda voz-. Les he mandado a sus casas, ahora está solo.

El primer hombre hundió el rostro entre sus manos y alzó la mirada hacia donde me encontraba. Al distinguirme entre las sombras esbozó una pequeña sonrisa de suficiencia.

 - Mira quien tenemos aquí, eres el pequeño Raynald, ¿verdad? Nos preguntábamos donde te habías metido.

Se hizo un silencio tenso que el mismo se encargo de romper.

-          -Vamos acércate- dijo haciendo un ademán con la mano, invitándome a entrar en mi propio salón.

Al cruzar el umbral la luz de la habitación me inundó los ojos. Reconocí al segundo hombre, era el jefe de policía, un hombre con un cuerpo que era el vestigio de la fuerza que había gozado en su juventud y un bigote imponente que hacía juego con su cara de pocos amigos. El otro, el de las palabras “amables”, era un completo desconocido. Aun así no era ninguno de los dos hombres el que atraía mi atención sino un tercero que se encontraba tumbado en el sofá, con la mirada perdida y la piel más pálida que había visto jamás.

-        -  ¿Dónde está tu padre, chico?


-        - Ich möchte auch wissen.

sábado, 16 de agosto de 2014

La noche en Berlín I

Me llamo Raynard Müller y nací en Berlín en 1964, una ciudad dividida 3 años antes. Vivía con mi familia al este del gran muro. Mi padre trabajaba para el gobierno soviético y me inculcó su ideología desde que era un chiquillo, aunque yo deje de ser influenciable muy pronto para su descontento. Muchos alemanes le consideraban un traidor a su patria y yo empecé a preguntarme el porque a una temprana edad.

Una noche, el día de mi décimo cumpleaños, volví a casa un poco más tarde de lo habitual porque mi madre me había dejado quedarme a jugar al fútbol con uno de mis mejores amigos. Volvía muy contento y lleno de barro como siempre, sabía que se iba a poner hecha un basilisco peroaquella noche no me importaba. Cuando llegué a casa todo estaba muy silencioso, era rarísimo, mis padres eran dos personas que se pasaban el día discutiendo y que se hablaban gritando para cualquier cosa. Mi madre era una persona muy buena y tranquila, mi padre era el único que conseguía sacarla de sus casillas, aunque era un don que no solo desarrollaba con ella, solía poner de los nervios a casi cualquier persona con la que hablaba; otra de las razones para que no gozara de mi simpatía. Fui a la cocina y vi la cena preparada, pero aún no había aparecido nadie para recibirme. Cogí el plato y me dirigí a la mesa del salón para sentarme a esperar a mamá. Cuando entré no pude evitar que el plato resbalase de entre mis dedos y cayese haciéndose añicos contra el suelo y esparciendo su contenido en todas direcciones. Pasé un largo rato allí de pie sin poder dar un solo paso. En cuanto mis músculos volvieron a funcionar corrí hacia el cuerpo inmóvil de mi madre, me puse de rodillas y la abrace sin saber que sentir en mi interior, me apoye contra su pecho y entonces las lágrimas empezaron a caer por mi mejilla sin control. Unos gritos desgarradores salieron de mi garganta mientras lloraba desconsoladamente sobre el cuerpo inerte de la mujer mas importante de mi vida, la suplicaba que me hablara, que volviese a llamarme “meine kleine” con su suave y dulce voz. Pero jamás volvió a pronunciar una sola palabra.

Poco a poco, mientras mis lágrimas empapaban el pálido rostro de mi madre, la tristeza comenzó a convertirse en rabia y en odio. Yo sabía que no podía haber otro culpable más que uno, alguien que casualmente no se encontraba allí cuando debería hacerlo. Me fui de casa antes de que llegasen las autoridades pertinentes. Dejando la casa de mi niñez atrás, con 10 años recién cumplidos, me perdí por las calles de Berlín, huérfano y con un único sentimiento, la venganza.


-Ich werde meinen Vater töten.

viernes, 15 de agosto de 2014

Siempre tuyo.

El café estaba empezando a quedarse frío, pero a la señora Lara le importaba.
Todos los martes por la tarde desde hacía tres meses, en mi visita a la residencia de ancianos, me sentaba con una entrañable ancianita de setenta y siete años y alzhéimer que me confundió con su nieto el primer día. Mi trabajo como voluntario allí, aparte de ayudarles a tomar la merienda, consistía en sentarme con ellos y hacerles la compañía que sus familiares no les proporcionaba. Así que a las siete de la tarde, me sentaba en el viejo sofá granate y escuchaba como me contaban sus batallitas. Me fijé por primera vez en la señora de la ventana cuando la señora a la que yo cuidaba me preguntaba por quinta vez si sabía que los tomates eran frutas.
La señora Lara entraba en el salón de las visitas todos los días a las seis y media, a esperar que llegaran sus familiares. Para cuando llegaba, con los apuntes de la universidad a medio guardar en mi desgastada mochila, ella ya estaba frente a la ventana. Diariamente se sentaba en una mecedora con un café solo y un sobre encima de la mesita que tenía delante. Vestía como de luto, con un vestido negro como los que suelen salir en las películas o series de postguerra, unos zuecos también negros y el pelo pulcramente recogido. Después de una hora y media de quietud y de miradas que se perdían a través del cristal, cogía con sus manos encallecidas el sobre y lo abría.  Aquel día lluvioso de Marzo no se había saltado ningún paso de aquel ritual que yo observaba de reojo, sin perderme detalle. Matilde, como se llamaba la señora que cuidaba, aquel día me había llamado papa, y me estaba preguntando que si podía salir a jugar con Nuala, la que fue su perrita de la infancia.
— Me he portado bien. ¿Podré salir?  No se ha vuelto a escuchar ningún bum.
Aquella ancianita me partía el corazón, y más me lo partía que se viese encerrada en un asilo de los años noventa, con olor a humedad, y paredes amarillas mal pintadas.
— Mañana, tal vez.
— ¿Me lo prometes?
— Te lo prometo. — La conteste a sabiendas de que en media hora se le habría olvidado.
Seguí escuchando la descripción que tantas veces había escuchado sobre Nuala, y giré el cuello, olvidándome de lo que el termino discreción significaba, para mirar a la Señora Lara. Se había colocado unas pequeñas gafas de montura negra sobre el puente desviado de la nariz, y había dejado el robre rasgado al lado de la taza fría de café. Intentaba captar todos los detalles que pudiesen desvelarme que eran aquellos sobres que, día tras día, rasgaba, leía y abandonaba en la mesa. Sé que, de haber sido otra persona, al tercer día cuando todos hubiesen salido de la habitación de camino al comedor, habría cogido una de aquellas cartas y habría salido de dudas, pero me había estado controlando. Hasta aquel día.  Esperé pacientemente hasta que el reloj de cuco dio las nueve y entonces acompañe a los ancianos a por su cena. Miré con tristeza las mesas y sillas y me dije que había sido muy generoso llamando a aquella salita destartalada comedor. Di un beso en la arrugada mejilla de aquella que ya consideraba mi propia abuela, y salí por la puerta.
—  Adios Adolfo. Da recuerdos a los niños.—  Que ternura me daba aquella voz quebrada.
Sonreí y levanté una mano mientras salía por la puerta y suspiraba.
Ya de vuelta en la salita, cogí sin que nadie se diese cuenta la carta y el sobre y me fui a casa. En el trayecto por el metro fui barajando las posibilidades de lo que aquello podía ser.  <<Probablemente la carta que un hijo le mande diariamente, con escusas sobre porqué no podrá ir a verla>> Me aseguré para tratar de calmar las dudas y el nerviosismo que casi me hacen saltarme la parada. Llegué y, arrojando las cosas sobre el sofá, me senté. Primero miré el sobre. Estaba hecho de un papel amarillento, muy ligero y que parecía romperse con la mirada. Tamborileé con los dedos en el brazo de la silla. No reconocí el sello.  Ansioso abrí la carta. Estaba escrita a mano sobre un papel de la misma consistencia que el sobre. Leí.  

Lunes 6 de Mayo, 1941 
Querida Maria de la Merced:  Te escribo esto sin saber si te llegará algún día. Aquí en las trincheras todo esta cuadriculado. No nos dejan mandar cartas a nuestras familias informando. Así que tan solo te diré, que esta carta diaria que te escribo me ayuda a conservar las fuerzas y los ánimos, que aquí empiezan a escasear. Sueño con volver a casa, a tus brazos y a tus dulces besos. Espero encontrarte algún día, si no en esta vida, en la siguiente.  
Siempre tuyo.  
Miguel Ángel. 
  
Aquella noche no dormí pensando en las palabras que acababa de leer. Pasé toda la semana deseando que llegase el siguiente martes.  
Entré por la puerta y, tras darle un beso en la mejilla a Matilde, me acerque a la señora Lara.
 — ¿Volvió? — Me miró a la cara y después la mano, donde llevaba su carta.
 — No.
Volvió a mirar por la ventana. No parecía enfadada. Sentía lastima por ella. Tenía los ojos verdes acuosos.
— ¿Qué pasó? ¿Por qué lee estas cartas ahora?  ¿Por qué abre una cada día?
Silencio. Me daba miedo repetir la pregunta.
—  Esas cartas nunca me llegaron, el ejército debía de retenerlas. — Miré por la ventana yo también mientras ella hacía una pausa. No llovía, pero el cielo tenía un color plomizo. — Hace dos años vinieron unos funcionarios, trajeron una caja entera con estas cartas. Todos los días desde entonces, me siento aquí, pido un café como le gustaba a él y espero a que aparezca por aquella puerta. — Vi una pequeña reja negra de metal, que daba a un muro. — Después de una hora y media, cuando ya sé que ese día no aparecerá. Leo la carta que me mandó.
— Aquella puerta da a una tapia. No se puede  entrar o salir por allí.
Giró el cuello para mirarme y esbozo una pequeña sonrisa que lleno su rostro de  todavía más arrugas. Se me paró un momento el corazón, y entonces dijo:
— Entonces ya sabes qué día vendrá a buscarme.  

lunes, 4 de agosto de 2014

Lightbringer

“Se levantará una era de oscuridad eterna, las tinieblas engullirán todo a su paso y solo un punto de esperanza brillara en su centro con una luz cegadora” dicta la leyenda. En esos tiempos la tiranía se apoderaba del mundo y todos ansiaban la llegada del iluminado, aquel que, según la profecía, les libraría del mal que lo asolaba …

-Esos cobardes pagaran por lo que me hicieron, por lo que le hicieron a mi mundo. Llego la hora de la caza, la hora de que todo vuelva a quien le pertenece.- comunicó a sus seguidores.

Avanzo día y noche sin distinguir bien cual es cada uno, para devolver la esperanza al mundo, vengarme de quien lo destruyó y restaurar la gloria de mi reino.

-Es el momento de eliminar este régimen oscuro y encontrar la vida eterna. Yo sé como liberar ese poder, os guiaré.

Me  alimento de luz, un elemento puro. Por cada lugar por el que paso muchos se unen a mí y me siguen como símbolo de libertad y tranquilidad, mientras que el resto sucumbe a la oscuridad que me acompaña.

La luz es mía por legítimo derecho y los propios hombres prueban lo que en mi interior ha acontecido durante siglos. Con todo en mis manos he creado una ciudad donde la esperanza es esquiva, un punto en la ciudad de las tinieblas.


-Yo soy esa esperanza, yo la gloria. Soy el portador de la luz… el ILUMINADO.


 

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